sábado, 18 de agosto de 2012

JYSH–MIRANDO AL SUR (T4, C8)

ON…

MPBlog: wake me up before you gogo

Sabina escribió una vez para Ana Belén que ‘Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver…’ y, sin embargo, ahí estaba yo, en ese tren eterno, retando a las palabras del poeta y la cantante.  La experiencia de Gandía, parcialmente decepcionante, había generado en mí un estado de nerviosismo plausible. Por la ventana veía cómo el sol comenzaba a esconderse por detrás de la sierra y el paisaje se llenaba de pinares. Mientras hablaba por WhatsApp con una de las grandes bajas, un olor penetrante inundó mis fosas nasales. No me hizo falta levantar la cabeza del móvil. Ya había llegado…

Eran las 22:32. O eso ponía el reloj de la estación. La temperatura rondaría los 30 grados.

Respiré hondo, miré a mi alrededor y me dejé envolver por la atmósfera. Todo seguía igual a como lo había dejado. La sonrisa se dibujó en mi cara al escuchar ese inconfundible acento y los ojos se me iluminaron cuando les vi allí esperándome, como una familia espera al hijo pródigo. Corrí, me abalancé sobre ellos y nos dimos un abrazo que me bastó para recordar por qué ese lugar me hace sentirme como en casa. Fue entonces cuando fui plenamente consciente de que estaba allí de nuevo, cumpliendo la promesa que había hecho un año atrás.

Pero lo cierto es que la sensación era como si el tiempo nunca hubiese pasado. La complicidad, la confianza, las confesiones y las risas se mezclaron entre cada una de las rondas de cañas y tapas que nos tomábamos. Todos esos sabores, todos esos lugares, todos ellos y todas ellas me evocaban tantos momentos felices que cualquier gilipollez, ya fuese desayunar tostadas con tomate en una terraza, pasear a la sombra con un helado de mojito o hartarnos a montaditos en el bar de la esquina, me hizo transportarme a la, hasta ahora, mejor experiencia de mi vida. Ese es el auténtico poder de la nostalgia, hacer grande lo pequeño.

Ahora bien, si algo había ido a ver y si de algo tenía realmente ganas era de volver al mar…

Y por supuesto hubo oportunidad de hacerlo, por la misma senda de madera que transcurre entre las dunas y los enebrales tras los cuales, siguen batiendo las olas con fuerza. Sentir la luz y el calor de los rayos de sol, el olor a sal, pisar descalzo esa arena con restos de conchas, mezclarme con las algas… Podría haberme quedado en ese instante toda la eternidad. No pedía más. O sí.

Pese a la inmensa sensación de felicidad, no pude evitar pensar que aunque éramos todos los que estábamos, no estábamos todos los que éramos. El horizonte me hizo recordar a Cata intensamente. Nuestras charlas, nuestras bromas, nuestras canciones. Recuperar todo aquello sólo es posible ahora en la distancia a través de una pantalla. Y, por mucho que hayamos logrado lo imposible, manteniendo el contacto de forma inimaginable, la verdad es que en ocasiones se me antoja insuficiente. Ya ha pasado un año desde que todo acabó y, sin embargo, cada día la echo más de menos.

Mientras todos estos pensamientos se agolpaban en mi cabeza me llené de rabia y, por primera vez, empecé a maldecir ese mar que tanto me gusta, por estar ahí, por separarnos, por arrebatarme a Cata… La impotencia de no poder estar compartiendo ese momento con ella hizo que mis ojos se empañaran. Como ya ocurriera en su día, una lágrima salada volvería a obrar el milagro. Al secarme con la mano y agarrar el móvil vi que acababa de recibir un mensaje:

Hola Jorgito, supongo que ya estarás disfrutando por el sur con los chicos, no? yo estoy ahora pasando unos días en la costa. Te mando una foto, que vale más que mil palabras. Ya sabés, aquí es invierno, pero hace un momento ha salido el sol y me he acordado de vos al mirar al horizonte. Sé que estás al otro lado del mar, te puedo sentir desde acá. Te puedo asegurar que te tengo tan presente que pareciera que nunca me fui de tu lado. No existe océano que nos separe, porque nuestros corazones están juntos. Pasalo bien y saludá por favor al resto de mi parte. Te quiero, hermanito.

Y mientras en el Ipod sonaba “Tan solo tú” y mis pies se hundían en la arena mojada, un escalofrío me recorrió el cuerpo y sentí la conexión. Lo que ha unido el mar, que no lo separe la distancia. Cada uno en una orilla. Separados y unidos por el mismo mar… nuestro mar.

Y si los días fueron de playa, las noches fueron de feria. El nuevo recinto habilitado para ello nos recibiría lleno de atracciones, música y gente con ganas de pasarlo bien. El ambiente festivo y el calor invitaban a beber sangría a buen ritmo. Brindamos por los que estábamos y por los ausentes, recordando esas anécdotas y momentos que se quedan grabados en la memoria para siempre.

Aquella noche de luna llena no cabía un alfiler al pie del escenario de los conciertos. El ambientazo invitaba a seguir la fiesta en las casetas hasta el amanecer, pero yo necesitaba mear antes de continuar. Encontré unos baños cerca de una churrería y corrí hacia ellos como alma que lleva el diablo, pero al llegar, algo me cortó las ganas súbitamente.

Creyéndome ebrio, loco o ambas cosas, mi cabeza no daba crédito a lo que estaban viendo mis ojos. Con una camiseta de tirantes y más delgada que el año pasado, Antía se me quedó mirando una milésima de segundo sorprendida, asombro que pronto camufló con un ¿pero qué hase tú aquí? La carcajada que se nos escapó a los dos sirvió para romper el hielo. Y así, empezamos a hablar, a bromear, a tontear… No sé el tiempo que pudo pasar, pero llegó un momento en que ya no podía aguantar más y le pedí que me sujetara por favor el vaso mientras meaba. Una vez saciada la necesidad fisiológica, mi único deseo era perderme en esos labios de sonrisa perfecta, así que al ir a recoger mi copa me acerqué a su cara aniñada y, antes de acabar la pregunta ¿entramos o…?, nos besamos. Acto seguido, la cogí en brazos y nos fuimos a bailar el Ta-ca-tá. Lo pasamos francamente bien. Sin tensiones, sin rencores. Todo resultó tan espontáneo y natural que ninguno de los dos nos extrañamos al acabar juntos en la misma cama…

Resacosos y sin haber dormido, fuimos a desayunar antes de despedirnos en la estación. Todo fue tan rápido que apenas hubo cabida para las sensiblerías esta vez. Sin embargo, y ya en la soledad del autobús, llegarían los juicios y las reflexiones, porque sí, por mucho que acepte que ahora mismo mi sitio no está allí, me resulta inevitable preguntarme si el destino me llevó hasta ese remoto lugar por algún motivo y si en alguna otra parte del mundo lograré ser tan yo como lo soy allí.

¿Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver? Ahora sé que hasta los grandes poetas se equivocan.

OFF…

jueves, 9 de agosto de 2012

JYSH - GANDIA SHORE (T4, C7)

DSC02728ON…

MPBlog: wake me up before you gogo

La realidad siempre supera la ficción pero, en ocasiones, ambas se mezclan hasta llegar a confundirse...

Fue bajar del avión y sentir tal golpe de calor, que apenas podíamos creer que estuviésemos de nuevo en España. Jose y yo seguimos las indicaciones de Olaya, que nos recibió en Gandía con una sonrisa. Ninguno de los tres lo podíamos imaginar, pero las vacaciones más delirantes que hayamos tenido nunca acababan de comenzar.

Ya era de noche y estábamos cansados del viaje, pero las ganas de disfrutar de cada segundo nos hicieron cenar, pegarnos una ducha rápida y salir a reconocer la zona y ver el ambiente que se respiraba a orillas del Mediterráneo. Apenas bastaron doscientos metros caminados por el paseo marítimo para que una chica nos abordara con un puñado de tickets… Hola chicos, ¿vais a salir esta noche? ¿Queréis entradas para Bacarrá? El ‘atraco’ nos pilló tan por sorpresa que la chica se puso a relatarnos toda una serie de ofertas y promociones sin que nosotros pudiéramos ponerle freno. Cuando acabó su retahíla, fui a darle una respuesta negativa, pero algo en sus ojos me llevó a decirle: en realidad

Fue al oír estas dos palabras mágicas cuando su expresión mudó por completo. Nos miró fijamente a los tres y nos dijo: Puede que yo sepa entonces lo que estáis buscando…

Del interior de su sujetador se sacó un pequeño sobre. En él había tres pastillas: una roja, una verde y una azul.

Olaya, Jose y yo nos miramos extrañados. ¿Qué clase de broma era aquella?

La chica, en un tono bastante más serio y trascendente, continuó hablando: son las últimas que me quedan. Estas tres pastillas son mucho más que una droga común, contienen la esencia de los deseos más ocultos de las personas. Probad su efecto y os aseguro que obtendréis todo aquello que hayáis venido a buscar. Escuchadme bien, cada uno de vosotros debe tomarse sólo una de las tres pastillas. A lo largo del día de mañana, tres símbolos os indicarán cuándo y qué pastilla debéis tomaros. ¿Qué me decís? ¿Estáis dispuestos a vivir el verano de vuestras vidas?

Una vez más, pensando que estábamos tratando con una loca, fui a decirle que no, pero de nuevo esos ojos penetrantes me hicieron responderle un escueto ‘vale’. De repente, empezaron a sonar unas sirenas de la policía a la vuelta de la esquina. Visto y no visto, la chica ya se perdía en la oscuridad de la noche. Sólo escuchábamos su voz a lo lejos que nos decía: bienvenidos a Gandía y, recordad, no perdáis de vista las señales…

Mientras nos descojonábamos de risa, Jose fue a tirar las pastillas a un contenedor de basura. De ninguna manera habíamos ido allí a consumir drogas y, mucho menos, algo que ni siquiera sabíamos qué era. Al final terminamos la noche tomándonos un par de copas y bailando en la discoteca, pero pronto nos volvimos a casa.

El lunes temprano nos pusimos bañadores y bikini para ir a la playa a tomar el sol. Estábamos más blancos que la cal. Al llegar vimos que había un montón de gente joven, mucho más que nosotros, y todos con cuerpos esculpidos en el gimnasio. Era como haberse metido en el plató de mujeres y hombres y viceversa, pero a lo grande.

Con ganas de ponernos al día y contarnos un montón de cosas, Olaya y yo nos fuimos a dar un paseo mientras Jose sacaba fotos. Nos hizo gracia ver a un grupo de chavales, todos con el mismo bañador verde, tratando de llamar la atención de los grupos de chicas de alrededor. Cuando volvimos a las toallas, Jose ya estaba dándose un baño en el agua y parecía que a él también le habían llamado la atención los chicos del bañador verde, porque no dejaba de mirarlos. Ya le íbamos a gastar una broma cuando nos dijo:

Lo he hecho.

En coña le preguntamos qué había hecho ya, porque viniendo de Jose podíamos esperar cualquier cosa, pero al ver su cara de preocupación, Olaya pareció atar cabos: ¿no habrás…?

Sí, en un impulso irracional al ver a los chicos del bañador, Jose se había tomado la pastilla verde de un sobre que nunca llegó a tirar a la basura la noche anterior. Pensamos en llevarle rápidamente al hospital, pero tratando de mantener la calma y de transmitirnos serenidad decidimos esperar y ver si se producía algún tipo de cambio o síntoma extraño en Jose.

La  brisa del mar levantaba tanta arena que decidimos marcharnos a comer. Al recoger todo, Olaya se dio cuenta de que las llaves del piso habían quedado enterradas y que no íbamos a ser capaces de entrar en el apartamento. Desquiciados nos pusimos a buscarlas sin éxito. Fue entonces cuando un chico vestido con capa roja al estilo de los guerreros de la película 300 vino a ayudarnos. Casi de forma instantánea, el chaval dio con el manojo de llaves entre la arena.

Olaya, que ya daba por perdidas las llaves, le pidió al chico su número de teléfono y le preguntó qué haría por la noche. ¿Coco Loco? Pues allí estaríamos… Todos, hasta la propia Olaya, nos sorprendimos de lo directa y lanzada que había sido, pero como ella misma nos explicaba luego, llevaba mucho tiempo contenida en las mismas relaciones de siempre, inmersa en un bucle cerrado e infinito que sólo le traía decepciones y quebraderos de cabeza. Y total, en Gandía nadie la conocía, era el momento de atreverse con todo.  Mientras acababa orgullosa su discurso, cogió una pastilla del sobre y se la metió en la boca. La roja, como la capa del guerrero toledano…

De noche, ya en la discoteca, los tres estábamos decepcionados por no haber observado a lo largo del día ningún cambio aparente ni en Jose ni en Olaya a causa de las pastillas. Seguro que la chica nos había visto cara de pringaos y nos había querido tomar el pelo vendiéndonos caramelos. Me fui a pedir una copa en la barra a ver si me animaba pero cuando volví, vi que Olaya ya estaba colgada del chico de la capa y que Jose se reía bailando con un grupo de tíos, entre los que reconocí a un tal Luis, Emilio, Iván y Rubén, todos surgidos directamente de las pantallitas.

Y allí me quedé yo solo, con mi copa… y una pastilla azul. En ningún momento había pensado tomármela, pero la noche empezó a hacerme sentir tan apartado de todo, que dije… ¿por qué no? Así es que fui al baño, me miré en un espejo y fue entonces cuando lo vi claro. Yo mismo iba vestido entero de azul así que, sin dudarlo, me tragué la pastilla y apuré la copa hasta el final. Aunque al principio no noté nada, en apenas unos minutos me vi potando en la taza del váter.

Cuando me recuperé y salí del baño, la pista se había convertido en una fiesta de la espuma en la que me encontré con Jose, Olaya y sus respectivos ligues, invitándome a unirme. Allí todos estaban sin camisetas, bailando sin descanso bajo la noche de estrellas, bebiendo, saltando, gritando, dando rienda suelta a todos los vicios y pasiones y yo, que no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad, me dejé llevar...

No recuerdo nada más hasta el momento en que nos despertamos en la playa semidesnudos, sin ni siquiera saber cómo habíamos llegado hasta allí. Cuando volvimos al apartamento intentando recordar en vano lo sucedido, puse la televisión y en ella echaban imágenes del encendido del pebetero de Londres 2012.

¿Ya han empezado las Olimpiadas entonces? - dijo Jose.

Eso parece, la ceremonia de inauguración era el 27 creo – respondió Olaya sin más.

Pero mi corazón dio un vuelco y puse el móvil a cargar como si estuviera poseído. No podía ser, no podía ser… SÍ podía ser. En efecto, el calendario marcaba claramente que ya estábamos a 28 de julio, SÁBADO. ¿Qué cojones estaba pasando? El día anterior había sido lunes… o no.

La respuesta parcial a nuestras dudas y asombro la encontramos al mirar a nuestro alrededor. El apartamento estaba totalmente patas arriba, nada que ver con cómo lo habíamos dejado antes de salir. Entre otras cosas, había un carro del supermercado en la terraza, condones usados por el suelo, restos de melón por todas partes, una pirámide de cartas, dados, una olla llena de agua de Valencia, una taza de café con sal, varias camisetas de Bacarrá y Coco-Loco, pollo en descomposición en la nevera, mi maleta a medio vaciar tirada en la entrada, basura derramada, infinidad de mensajes de tíos desconocidos en el móvil de Jose, entradas de la discoteca Falkata, arena por todas partes  y Olaya con las uñas pintadas de fucsia y naranja.

No dábamos crédito a lo que estaba ocurriendo. Ninguno entendíamos nada y sólo alcanzamos a reírnos de manera nerviosa. Al menos, parece que lo hemos pasado bien, dijo Olaya al tiempo que señalaba su camiseta, en la que, escrito con mala letra sobre cada una de sus tetas ponía: OLA ….. YA. Las carcajadas estallaron en ese momento y algunos recuerdos, pocos, empezaron a fluir de nuestras cabezas resacosas. La cámara de fotos, fiel compañera de Jose, también nos ayudó a reconstruir muchas de las cosas vividas en nuestro particular Gandía Shore, una aventura que, estoy seguro, sería la envidia de la propia MTV.

Puede que la experiencia se nos hubiera ido de las manos, pero en algo estábamos los tres de acuerdo: en esta vida hay que probarlo todo. Y así, con la lección aprendida, nos despedimos y tomamos cada uno un rumbo distinto. Pero cuando fui a enseñarle el billete al revisor, noté que en mi bolsillo del pantalón había también algo pequeño y redondo que enseguida reconocí: una pastilla azul.

Decidí entonces que era mejor no darle vueltas y olvidarlo todo, lo ocurrido en Gandía se quedaba en Gandía. Así fue como puse rumbo a un nuevo destino. El tren en el que me acababa de subir me llevaría, casi un año después, de vuelta al sur. Había llegado el momento de regresar a mi mar.

OFF…