lunes, 24 de septiembre de 2012

JYSH – REGRESO AL PARAISO (T4, C10 - Season finale)

ON...

MPBlog: wake me up before you gogo

El intenso olor a tierra mojada inundó de repente hasta el último de mis alveolos pulmonares mientras decenas de diferentes tonalidades verdosas conformaban un paisaje majestuoso, envolvente e inconfundible. Las puertas del paraíso, mi paraíso, se volvían a abrir ante mis ojos nueve meses después.

Jamás había estado fuera de sus fronteras tanto tiempo y quizás por eso se apoderó de mí una angustiosa sensación de no-pertenencia. Mirando por la ventanilla del coche, mientras Luis y Pedro se enzarzaban en una de sus clásicas discusiones en las que parecen querer (no sé de qué manera) arreglar el mundo, me di cuenta de que apenas había cambiado nada por allí, pero por alguna razón todo me resultaba ajeno y extraño.

Con o sin crisis la ciudad lucía espléndida sus mejores galas, preparada para la semana de fiestas. Chiringuitos, conciertos, desfile de carrozas, obras de teatro... todo igual que siempre pero, al mismo tiempo, todo como nunca. El aún buen tiempo veraniego animaba a salir a echarse unas birras con los amigos. Volver a ver a Nando, Sara, Susi... Cada uno con sus historias, con sus novedades, con sus vidas más o menos encauzadas, pero estancados a fin de cuentas en esa atmósfera atemporal que avanza a un ritmo tan lento como aburrido y en la que los esfuerzos por hacer de cada día algo diferente e interesante son en vano.

Es por ello que Loli dice que no me aguanta más de una semana en casa, pues por muchas ganas que tenga de volver y estar allí, pasado este período siempre acabo por sentir la misma claustrofobia que siente un gorrión al que encierran en una jaula. Da igual que le des alpiste y agua en abundancia, que le saques a estirar las alas o que le metas una gorriona a hacerle compañía... los barrotes de la jaula son barreras a su libertad. Pues yo igual pero en mi paraíso que, a veces no es tal y se torna en infierno, donde quemarse es un riesgo a correr con cada paso que se da. Así es que cada día tengo más claro que a este Adán cercano a la treintena poco o nada le ata a ese lugar, por mucho que le guste comer y beber de su manzana.

Cuando uno está fuera de su casa y lejos de los suyos el tiempo suficiente, acaba por convertirse en un nómada sin rostro que es de todos los sitios que ha pisado y de ninguno. Enriquecido por la diversidad y las experiencias... pero carente de referencias, más allá de aquéllas que juraste mantener hasta la tumba. Todos los lugares, todas las personas que vas conociendo acaban resultando, tarde o temprano, insuficientes para llenar ese vacío interno que provoca el desenraizamiento. Es por ello que cuando en ese camino sin meta te encuentras con personas tan especiales como lo es Cata para mí, no puedes evitar aferrarte a lo vivido y pensar en volver algún día a donde todo empezó. Mientras tanto, la visión del mar enfurecido y las olas golpeando con rabia en la costa cierra el círculo una vez más y sirve como descarga ante la impotencia de no poder elegir tu propio destino, sino de ser el destino quien realmente te elige a ti.

Así, con ilusiones y nostalgias es como se acaba de nuevo el verano, el más azul de todos cuantos he vivido: azul de cielo, azul de mar, azul de sus ojos. Y, como colofón final a todo ello, la mágica noche de los fuegos. Mientras el cielo estalla en pólvora y luces de colores, pido un único deseo y, como si me fuese la vida en ello, me bebo un mojito del trago, brindo con Olaya y nos ponemos a bailar el tacatá por última vez... porque sí, mi Eva particular también está a mi lado en este paraíso en el que si hay que pecar, pecamos los dos juntos.

Entre pecado y pecado van cayendo en el olvido todos esos nombres que nos han venido atormentando: Claudia, Blanca, Antía, Dani, Pablo… quizás era hora de hacer limpieza de una vez por todas. Y, cómo no, también abrimos ese pato que hace presente el pasado y que nos obliga a plantearnos el futuro antes de que ocurra. Echar la vista atrás un año nos hace ser conscientes de lo equivocados que estábamos en nuestras predicciones y de cuánto pueden cambiar las cosas en tan poco tiempo. Ésa es precisamente la esperanza que vuelve a rellenar de energía nuestros corazones y es que, por primera vez en cuatro años, ambos hemos dejado de huir.

Ya no hay finales abiertos dispuestos a generar expectación externa ni decisiones de última hora llamadas a cambiar el rumbo de todo. No, en esta ocasión la motivación nos viene de dentro, con las ganas y la certeza de que algo grande está por venir. Será algo completamente nuevo, diferente a todo lo anterior, algo que sacudirá nuestras vidas por completo y que nos volverá a transformar. Es la inseguridad de los presentimientos la que pone en juego un millón de posibilidades. Y es la seguridad de lo conocido la que suaviza las despedidas, haciendo de este destierro del paraíso el menos doloroso que recuerdo.

Toca partir, toca seguir, toca avanzar... y el águila, que ya ha alcanzado la altura y velocidad de crucero, está dispuesto a disfrutar de un vuelo ligero de equipaje y con la sonrisa como inseparable compañera de viaje.

Así es como siempre debió ser. Y así es como va a ser a partir de ahora.

OFF...

lunes, 17 de septiembre de 2012

JYSH – LA ‘MALLOR’ CARTA (T4, C9)

Querido Pedro:

Desde el mismo salón de esta, nuestra casa donde tantas comidas hemos compartido, tantas peleas hemos tenido y tantos momentos trascendentales hemos vivido, recuerdo ahora los días que hemos pasado juntos en la isla, mientras afronto sin remedio la última semana del verano y también de mis vacaciones.

Hacía ya tiempo, desde los meses que estuvimos en Brasil, que no nos embarcábamos en una de nuestras aventuras. Nos costó elegir fechas y destino, tanto que fueron varias veces las que vi peligrar el viaje, pero al final ambos encontramos un hueco en nuestras apretadas agendas para escaparnos de todo y de todos.

La espera en el aeropuerto se me hizo eterna. Agotadas las baterías del móvil, el iPad y la Nintendo, mi cabeza se puso a navegar en mares de reflexiones y recuerdos. No voy a negar que una parte de mí tenía miedo. Miedo de ese que es más nerviosismo que miedo. Nerviosismo de ese que es más inseguridad que nerviosismo.

Hacía unos meses que la comunicación entre nosotros había disminuido y temía encontrarme con el mismo Pedro desubicado de hace un año y no saber qué hacer ni qué decir... Sin embargo, esa bruma de dudas se desvaneció cuando te vi aparecer en la terminal con una sonrisa en la cara y me diste un apretón que a punto estuvo de romperme el pecho. Qué bien te sientan los años y cómo se te nota el gimnasio, cabrón.

Y es que lo cierto es que me encontré con un Pedro mucho más sensato, sereno, tranquilo, con ganas de volver a coger la vida por lo cuernos y dar lo mejor de sí mismo para pasar página de una vez por todas y comenzar una nueva etapa.

El primer café nos sirvió para ponernos rápidamente al día de todo y sumergirnos de lleno en unas vacaciones que, vistas con perspectiva, son ya un conjunto de inolvidables retales cosidos con el hilo dorado del sol. Si había que superar anteriores experiencias parisinas, romanas, venecianas o milanesas, lo logramos espontáneamente y sin necesidad de poner mucho esfuerzo en ello.

Estarás conmigo en que las mágicas pulseras del Sacre Coeur o la furtiva foto al David son puras anécdotas comparadas con el juego que nos dio en esta ocasión el C3 como vehículo y compañero de fatigas. Desde el primer culazo en el párking, hasta el cuasi empotramiento de vallas, pasando por el ascenso-descenso-ascenso-descenso a la tortuosa sierra o la pentasecuencia de caladas en los cien metros lisos. Que el auto, como diría mi Cata, siguiera tan blanco al final de la semana como cuando lo recogimos y que nosotros regresáramos sanos y salvos sólo puede significar que alguna fuerza superior estaba con nosotros.

La desastrosa compra en el supermercado de “lujo” y esa cocina de última generación, que nos proporcionaría una auténtica pasta de macarrones, se compensaron con deliciosas cenas en terracitas, agradables comidas en la playa y la litúrgica parada en el Hard Rock. El brownie con helado volvió a deleitar nuestros paladares una vez más, aunque valiera para provocarle una indigestión a tu siempre delicado estómago.

Relajantes atardeceres de ensueño, paisajes tan variados como espléndidos, playas paradisíacas... todas esas imágenes se han quedado ya grabadas en mi mente, como lo están nuestras inagotables conversaciones, que han vuelto a ser las que eran, las que nunca debieron dejar de ser. No sé qué opinarás tú, hermanito, pero yo estoy deseando repetir. ¿Empezamos a organizar ya la próxima?

Un abrazo y, aunque no te lo diga muy a menudo, no te olvides de lo mucho que te quiero.

Jorge.