jueves, 9 de agosto de 2012

JYSH - GANDIA SHORE (T4, C7)

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MPBlog: wake me up before you gogo

La realidad siempre supera la ficción pero, en ocasiones, ambas se mezclan hasta llegar a confundirse...

Fue bajar del avión y sentir tal golpe de calor, que apenas podíamos creer que estuviésemos de nuevo en España. Jose y yo seguimos las indicaciones de Olaya, que nos recibió en Gandía con una sonrisa. Ninguno de los tres lo podíamos imaginar, pero las vacaciones más delirantes que hayamos tenido nunca acababan de comenzar.

Ya era de noche y estábamos cansados del viaje, pero las ganas de disfrutar de cada segundo nos hicieron cenar, pegarnos una ducha rápida y salir a reconocer la zona y ver el ambiente que se respiraba a orillas del Mediterráneo. Apenas bastaron doscientos metros caminados por el paseo marítimo para que una chica nos abordara con un puñado de tickets… Hola chicos, ¿vais a salir esta noche? ¿Queréis entradas para Bacarrá? El ‘atraco’ nos pilló tan por sorpresa que la chica se puso a relatarnos toda una serie de ofertas y promociones sin que nosotros pudiéramos ponerle freno. Cuando acabó su retahíla, fui a darle una respuesta negativa, pero algo en sus ojos me llevó a decirle: en realidad

Fue al oír estas dos palabras mágicas cuando su expresión mudó por completo. Nos miró fijamente a los tres y nos dijo: Puede que yo sepa entonces lo que estáis buscando…

Del interior de su sujetador se sacó un pequeño sobre. En él había tres pastillas: una roja, una verde y una azul.

Olaya, Jose y yo nos miramos extrañados. ¿Qué clase de broma era aquella?

La chica, en un tono bastante más serio y trascendente, continuó hablando: son las últimas que me quedan. Estas tres pastillas son mucho más que una droga común, contienen la esencia de los deseos más ocultos de las personas. Probad su efecto y os aseguro que obtendréis todo aquello que hayáis venido a buscar. Escuchadme bien, cada uno de vosotros debe tomarse sólo una de las tres pastillas. A lo largo del día de mañana, tres símbolos os indicarán cuándo y qué pastilla debéis tomaros. ¿Qué me decís? ¿Estáis dispuestos a vivir el verano de vuestras vidas?

Una vez más, pensando que estábamos tratando con una loca, fui a decirle que no, pero de nuevo esos ojos penetrantes me hicieron responderle un escueto ‘vale’. De repente, empezaron a sonar unas sirenas de la policía a la vuelta de la esquina. Visto y no visto, la chica ya se perdía en la oscuridad de la noche. Sólo escuchábamos su voz a lo lejos que nos decía: bienvenidos a Gandía y, recordad, no perdáis de vista las señales…

Mientras nos descojonábamos de risa, Jose fue a tirar las pastillas a un contenedor de basura. De ninguna manera habíamos ido allí a consumir drogas y, mucho menos, algo que ni siquiera sabíamos qué era. Al final terminamos la noche tomándonos un par de copas y bailando en la discoteca, pero pronto nos volvimos a casa.

El lunes temprano nos pusimos bañadores y bikini para ir a la playa a tomar el sol. Estábamos más blancos que la cal. Al llegar vimos que había un montón de gente joven, mucho más que nosotros, y todos con cuerpos esculpidos en el gimnasio. Era como haberse metido en el plató de mujeres y hombres y viceversa, pero a lo grande.

Con ganas de ponernos al día y contarnos un montón de cosas, Olaya y yo nos fuimos a dar un paseo mientras Jose sacaba fotos. Nos hizo gracia ver a un grupo de chavales, todos con el mismo bañador verde, tratando de llamar la atención de los grupos de chicas de alrededor. Cuando volvimos a las toallas, Jose ya estaba dándose un baño en el agua y parecía que a él también le habían llamado la atención los chicos del bañador verde, porque no dejaba de mirarlos. Ya le íbamos a gastar una broma cuando nos dijo:

Lo he hecho.

En coña le preguntamos qué había hecho ya, porque viniendo de Jose podíamos esperar cualquier cosa, pero al ver su cara de preocupación, Olaya pareció atar cabos: ¿no habrás…?

Sí, en un impulso irracional al ver a los chicos del bañador, Jose se había tomado la pastilla verde de un sobre que nunca llegó a tirar a la basura la noche anterior. Pensamos en llevarle rápidamente al hospital, pero tratando de mantener la calma y de transmitirnos serenidad decidimos esperar y ver si se producía algún tipo de cambio o síntoma extraño en Jose.

La  brisa del mar levantaba tanta arena que decidimos marcharnos a comer. Al recoger todo, Olaya se dio cuenta de que las llaves del piso habían quedado enterradas y que no íbamos a ser capaces de entrar en el apartamento. Desquiciados nos pusimos a buscarlas sin éxito. Fue entonces cuando un chico vestido con capa roja al estilo de los guerreros de la película 300 vino a ayudarnos. Casi de forma instantánea, el chaval dio con el manojo de llaves entre la arena.

Olaya, que ya daba por perdidas las llaves, le pidió al chico su número de teléfono y le preguntó qué haría por la noche. ¿Coco Loco? Pues allí estaríamos… Todos, hasta la propia Olaya, nos sorprendimos de lo directa y lanzada que había sido, pero como ella misma nos explicaba luego, llevaba mucho tiempo contenida en las mismas relaciones de siempre, inmersa en un bucle cerrado e infinito que sólo le traía decepciones y quebraderos de cabeza. Y total, en Gandía nadie la conocía, era el momento de atreverse con todo.  Mientras acababa orgullosa su discurso, cogió una pastilla del sobre y se la metió en la boca. La roja, como la capa del guerrero toledano…

De noche, ya en la discoteca, los tres estábamos decepcionados por no haber observado a lo largo del día ningún cambio aparente ni en Jose ni en Olaya a causa de las pastillas. Seguro que la chica nos había visto cara de pringaos y nos había querido tomar el pelo vendiéndonos caramelos. Me fui a pedir una copa en la barra a ver si me animaba pero cuando volví, vi que Olaya ya estaba colgada del chico de la capa y que Jose se reía bailando con un grupo de tíos, entre los que reconocí a un tal Luis, Emilio, Iván y Rubén, todos surgidos directamente de las pantallitas.

Y allí me quedé yo solo, con mi copa… y una pastilla azul. En ningún momento había pensado tomármela, pero la noche empezó a hacerme sentir tan apartado de todo, que dije… ¿por qué no? Así es que fui al baño, me miré en un espejo y fue entonces cuando lo vi claro. Yo mismo iba vestido entero de azul así que, sin dudarlo, me tragué la pastilla y apuré la copa hasta el final. Aunque al principio no noté nada, en apenas unos minutos me vi potando en la taza del váter.

Cuando me recuperé y salí del baño, la pista se había convertido en una fiesta de la espuma en la que me encontré con Jose, Olaya y sus respectivos ligues, invitándome a unirme. Allí todos estaban sin camisetas, bailando sin descanso bajo la noche de estrellas, bebiendo, saltando, gritando, dando rienda suelta a todos los vicios y pasiones y yo, que no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad, me dejé llevar...

No recuerdo nada más hasta el momento en que nos despertamos en la playa semidesnudos, sin ni siquiera saber cómo habíamos llegado hasta allí. Cuando volvimos al apartamento intentando recordar en vano lo sucedido, puse la televisión y en ella echaban imágenes del encendido del pebetero de Londres 2012.

¿Ya han empezado las Olimpiadas entonces? - dijo Jose.

Eso parece, la ceremonia de inauguración era el 27 creo – respondió Olaya sin más.

Pero mi corazón dio un vuelco y puse el móvil a cargar como si estuviera poseído. No podía ser, no podía ser… SÍ podía ser. En efecto, el calendario marcaba claramente que ya estábamos a 28 de julio, SÁBADO. ¿Qué cojones estaba pasando? El día anterior había sido lunes… o no.

La respuesta parcial a nuestras dudas y asombro la encontramos al mirar a nuestro alrededor. El apartamento estaba totalmente patas arriba, nada que ver con cómo lo habíamos dejado antes de salir. Entre otras cosas, había un carro del supermercado en la terraza, condones usados por el suelo, restos de melón por todas partes, una pirámide de cartas, dados, una olla llena de agua de Valencia, una taza de café con sal, varias camisetas de Bacarrá y Coco-Loco, pollo en descomposición en la nevera, mi maleta a medio vaciar tirada en la entrada, basura derramada, infinidad de mensajes de tíos desconocidos en el móvil de Jose, entradas de la discoteca Falkata, arena por todas partes  y Olaya con las uñas pintadas de fucsia y naranja.

No dábamos crédito a lo que estaba ocurriendo. Ninguno entendíamos nada y sólo alcanzamos a reírnos de manera nerviosa. Al menos, parece que lo hemos pasado bien, dijo Olaya al tiempo que señalaba su camiseta, en la que, escrito con mala letra sobre cada una de sus tetas ponía: OLA ….. YA. Las carcajadas estallaron en ese momento y algunos recuerdos, pocos, empezaron a fluir de nuestras cabezas resacosas. La cámara de fotos, fiel compañera de Jose, también nos ayudó a reconstruir muchas de las cosas vividas en nuestro particular Gandía Shore, una aventura que, estoy seguro, sería la envidia de la propia MTV.

Puede que la experiencia se nos hubiera ido de las manos, pero en algo estábamos los tres de acuerdo: en esta vida hay que probarlo todo. Y así, con la lección aprendida, nos despedimos y tomamos cada uno un rumbo distinto. Pero cuando fui a enseñarle el billete al revisor, noté que en mi bolsillo del pantalón había también algo pequeño y redondo que enseguida reconocí: una pastilla azul.

Decidí entonces que era mejor no darle vueltas y olvidarlo todo, lo ocurrido en Gandía se quedaba en Gandía. Así fue como puse rumbo a un nuevo destino. El tren en el que me acababa de subir me llevaría, casi un año después, de vuelta al sur. Había llegado el momento de regresar a mi mar.

OFF…

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