jueves, 23 de abril de 2009

LA GOLOSINA DE LA NATURALEZA

ON...

MPBlog: 'Sintonía de los Fruittis'

Hace ya muchos años solía madrugar a eso de las siete de la mañana los fines de semana, encendía el televisor, me sentaba en el sillón y disfrutaba con los dibujos de moda de los 90.

No me perdía un capítulo por nada del mundo. Los Fruittis siempre han sido mis dibujos preferidos, si bien es cierto que pasado el tiempo uno los vuelve a ver y se da cuenta que no había nada en ellos que los hiciera tan especiales. Pero lo son. Y por mucho que pasen los años lo seguirán siendo. Recordarlos siempre me trasladará a aquella tierna época...

Cantaba sus canciones, tenía la colección de libros y mi estantería se encontraba repleta de figuras con los personajes de la serie. Pero hay un capítulo de Los Fruittis inédito, que se perdió en el olvido y que nunca vio la luz. Quizás por eso se ha convertido en mi propio capítulo...


Eran las 8 de la tarde. Aunque ya no eran horas para andar solo fuera de casa (incluso Fresón había acabado ya su jornada en el ayuntamiento), Pincho merodeaba por las calles del poblado. La aparente tranquilidad no hacía sino poner más nervioso a Pincho. Quizás pudiera toparse con los jabalís o, lo que es peor, con Monus y sus secuaces.

Con lo despistado que era, Pincho no lograba dar con la casa de Mochilo. Por aquel entonces hacía poco que se conocían y sólo había estado allí otra vez antes. Lo peor es que no tenía a quién recurrir para que le ayudara. Kumba se había marchado del poblado unos días y Gazpacho estaba de fiesta. La invitación de Mochilo de cenar juntos le había llegado por sorpresa. Después de todo, cenar un viernes solo no resultaba muy agradable. Mientras pensaba en todo esto se topó fortuitamente con su destino.

Llamó a la puerta aunque se encontraba entreabierta. Educadamente preguntó si podía pasar y desde dentro sonó la familiar y acogedora voz de Mochilo que le invitó a entrar hasta el salón.

Allí se lo encontró manos a la obra. Había dejado a un lado su inseparable mochila y la había cambiado por un delantal. Mochilo aún estaba preparando la cena. Un reloj que daba las horas a destiempo confundió a Pincho más de una vez, pero la espera mereció la pena.

Antes de que se diera cuenta, Mochilo había llenado la mesa de suculentas viandas que ambos disfrutaron mientras charlaban como buenos colegas que eran. Pincho no sabía que a Mochilo se le daba tan bien cocinar y, como no estaba acostumbrado a comer tanto, no fue extraño que terminara llenísimo.

Aunque creía que no le cabía ni un bocado más, vio aparecer a Mochilo con sendas copas de un postre tan original como apetitoso. La primera cucharada hizo de ese postre algo irresistible. Entre risas y bromas decidieron bautizar a aquel experimento culinario con el nombre de flalimón. Una fresa, cómo no, coronaba el dulce manjar.

Después de divagar sobre muchos temas, los dos se sentaron en el sillón a reposar todo lo que habían comido. Mochilo, que ejercía de anfitrión aquella noche, sacó un licor exquisito que le había traído Naranjo de tierras lejanas y que les ayudaría a hacer bien la digestión.

El día había sido muy intenso y ambos se encontraban cansados, así que rodeados de confortables cojines y con la película sonando de fondo se quedaron adormilados. La noche ya era cerrada y Pincho, temeroso él, no encontraba el valor suficiente para volver solo a casa, así es que Mochilo le ofreció una cama donde poder quedarse a dormir.

Tras un reparador e intenso sueño, los rayos de sol comenzaban a asomar por el horizonte. Al alba, un baño de aguas termales con choques frío-calor dejó a Pincho como nuevo, dispuesto a volver al trabajo diario. Eso sí, no sin antes despedirse de Mochilo y agradecerle todas las molestias que se había tomado.

La velada había sido francamente agradable, así que ambos se prometieron que tarde o temprano se volvería a repetir. En la casa de Pincho, en la de Mochilo o dondequiera que fuese, pero ambos se emplazaban para esa próxima vez.

Al despedirse se dieron un abrazo, pero Mochilo no se dio cuenta de las púas de Pincho y se clavó una de ellas. Aunque el dolor era intenso lograron sacarla a tiempo, aunque eso no evitó que Pincho se sintiera culpable de lo sucedido. Siempre le pasaba igual. Cada vez que se acercaba a alguien no podía evitar atravesarlo con sus púas. Era la cruz con la que había nacido. Mochilo le calmó y le dijo que no se preocupara, que no era su culpa en absoluto.

Lo importante no era darse el abrazo en sí, sino sentir el deseo y la necesidad de darlo.

Pincho aprendió esa noche no sólo a aceptarse a sí mismo y a ver sus limitaciones, sino también a querer y a sentirse querido. Con una sonrisa en la cara que jamás, nada ni nadie, le podrían borrar, volvió Pincho esa mañana a su casa.


OFF...

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