lunes, 23 de mayo de 2011

AL-ANDALUS: JAEN

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MPBlog: Andaluces de Jaén - Jarcha

Sabes que has llegado cuando el paisaje se convierte en un manto ondulado de olivos. Si alzas la vista y miras a lo lejos, la figura de un castillo custodia desde la montaña una ciudad sorprendente que se desliza por la ladera armoniosamente.

Hoy, continuando el recorrido por Al-Andalus… nos vamos a JAÉN.

Así es la bienvenida a la capital de provincia andaluza más pequeña (con poco más de cien mil habitantes) y una de las grandes desconocidas. Carente de industria pesada y costa, hacen de esta región una tierra de secano eminentemente obrera, con un turismo limitado y una riqueza basada en el monocultivo de olivos y la producción de aceite.

Es Jaén uno de esos lugares que por desconocimiento sorprenden al visitante gratamente. Puede que no haya nada que te deje boquiabierto en esta ciudad, pero es precisamente esa falta de suntuosidad o magnificencia la que logra cautivarte.

Quitando la visita obligada a la hermosa catedral de la Asunción de la Virgen, de estilo gótico-renacentista, y a los baños árabes, reconvertidos parcialmente en una galería de arte, Jaén se descubre realmente cuando se recorren sus calles empedradas y estrechas, llenas de plazas, iglesias y casas de no más de dos pisos que guardan la esencia de un mestizaje entre las culturas castellano-manchega y andaluza.

Y es que Jaén tiene mucho de las comunidades con las que es limítrofe. El andaluz de sus gentes se suaviza respecto al resto de provincias y se funde con expresiones no sólo manchegas, sino también murcianas. Escuchar el pegadizo ¡ea! les aporta un toque sonoro muy característico y la expresión ¡ni pollah! es una muletilla que utilizan tanto como queja, sorpresa o intensificador lingüístico, según las necesidades del hablante.

El mencionado castillo de Santa Catalina es otra de las señas de identidad de Jaén. Desde allí se divisa toda la ciudad, en la que destacan la enormidad de la catedral y, cómo no, del edificio-sede del Corte Inglés. Pero las alturas ofrecen una perspectiva mucho más amplia y es que la mirada se pierde en un horizonte de olivares, los grandes protagonistas de estas tierras. Uno no puede irse de aquí sin probar el exquisito aceite de oliva, con una textura, fluidez, aroma y sabor único, que hace las delicias de quien lo acompaña en una buena tostada con tomate y sal.

Y es que la gastronomía en Jaén es uno de sus muchos atractivos. La ciudad está literalmente repleta de bares y tascas donde disfrutar de las cañitas de cerveza y los tintos de verano, siempre acompañados de las famosas tapas (incluidas en la consumición), que hacen de la comida algo tan distendido como económico.

En cuanto a la vida nocturna, estoy seguro que hay quien piensa que Jaén es solo un pueblo grande carente de ocio en condiciones. Pues bien, tengo que decir que eso no es del todo cierto. Si bien no se puede pretender salir de fiesta entre semana, el ‘botellódromo’ oficial de la ciudad en el recinto ferial se llena los sábados de gente joven dispuesta a disfrutar de la compañía de sus amigos y de conocer a gente nueva.

Ese es, precisamente, uno de los puntos fuertes de Jaén: los lagartos. Y no no me estoy refiriendo a los reptiles, sino a sus habitantes, que son llamados así en honor a ese lagarto de leyenda que devoraba todo a su paso y cuya gula le hizo zamparse una carga de explosivos que acabó con él. Esta ‘triste’ historia nada tiene que ver con los jiennenses, que son graciosos sin ser pesados, amables, sencillos, hospitalarios y cercanos. No importa de dónde vengas, en Jaén uno se siente como en casa en un tiempo récord.

Diversos locales, terrazas y pubs ofrecen en su mayoría música comercial para las masas donde tomarse una copa y echarse unos bailes hasta las 4 de la mañana, hora en la que se echa el cierre en estos locales. Pero ahí no se acaba la noche. Para quien tenga ganas de exprimir las horas más golfas o quiera ver amanecer en Jaén, la ciudad ofrece varias discotecas con precios de entrada que rondan los 8-10€, incluyendo consumición. La discoteca Kharma, una de las más conocidas, dispone de varias salas con distintos tipos de música, cubriendo los gustos y necesidades de los más exigentes. La terraza del piso superior y el buen ambiente en general hacen que uno no quiera que aquello se acabe nunca.

Y aunque se acabe, el despertar es  agradable a la mañana siguiente con el canto de los pájaros, el olor de los campos (aunque a alguno le provoque fuertes ataques alérgicos) y acariciado dulcemente por el sol. Hay quien no verá en esto nada especial… para mí todo fue extra-ordinario. Así es que la despedida se convierte en un hasta pronto con intenciones de volver para conocer todo aquello que no pudo ser por falta de tiempo. Bailén, Baeza, Cazorla, Andújar, Úbeda… son muchos los rincones con encanto que se quedaron en el tintero, pero mientras haya tiempo, ganas nunca faltarán de regresar a Jaén, la ciudad Al-Andalus de lo inesperado.

Ya sólo quedan cinco ciudades por conquistar…

OFF…

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