lunes, 27 de junio de 2011

JYSH - LA CHICA DEL VESTIDO DE RAYAS (T3,C6)

imageON…

Y pasearemos en esas barcas, y veremos juntos el atardecer…

Se me presenta un verano de lo más atípico. Sabía que sería así, pero no he sido consciente de cuánto hasta el pasado fin de semana. Y por eso mismo he tomado una decisión. Por primera vez en los tres años que llevo colaborando en este blog, voy a darle continuidad durante estos meses. Algo me dice que lo que está por venir merece ser contado.

Trabajar en verano no mola. Es la primera vez que lo hago en mis 27 largos años de existencia, quitando curros en terrazas, discotecas y bares de copas. Pese a ello, no me quejo. Al menos ocupo mi tiempo y ahorro algo de dinero para lo que pueda pasar. Mi contrato es hasta septiembre y no se por qué, pero me temo que mi continuidad en la empresa es algo tan improbable como que el PSOE gane las próximas elecciones generales.

Ahora bien, trabajar aquí tiene sus ventajas y es que tengo un pie en la oficina y otro en la playa. Así que aunque me quede sin unas vacaciones propiamente dichas, no me faltan planes interesantes para los fines de semana y, como todos sean como el que acaba de pasar, está claro que el verano puede dar mucho de sí.

No hace falta que diga que sanjuán se ha convertido con el paso del tiempo en una de esas celebraciones que cada año espero con más ganas. La confluencia de elementos mágicos y rituales de esa noche me cautivan y no es para menos si tenemos en cuenta que ese fuego es algo más que madera ardiendo.

Como no podía ser de otra forma, este año sanjuán lo viví en la playa. No se me olvidó escribir en un papel todo aquello que desearía borrar y quemarlo puntualmente en la hoguera a las doce de la noche, como tampoco dejé pasar la oportunidad de saltar las olas, tal y como manda otra de las tradiciones de esta noche y que nunca había podido hacer. El agua salpicó la camiseta de rayas que estrenaba esa noche y, estaba tan fría que lo del baño nocturno preferí dejarlo para otra ocasión.

Mientras me quedaba dormido en la arena, un destello de luz me sobresaltó. Fue solo un par de segundos, quizás menos, pero no había lugar a dudas: una estrella fugaz había sobrevolado sobre mi cabeza. Sin pestañear me apresuré a pedir el deseo, antes de que la estela desapareciera definitivamente en la oscuridad del cielo… Tania, Tania, Tania…

Cuando me desperté, apenas me quedaba media hora para entrar a trabajar. No sé cómo pero logré ducharme y llegar a tiempo. Eso sí, la mañana de viernes se me hizo eterna…

Ante este cansancio a mitad de semana, lo cierto es que el fin de semana no pintaba demasiado bien. Pero como ya dije antes, los planes estaban hechos, así que me tomé el viernes de recuperación de fuerzas para estar el sábado en condiciones.

La noche comenzó con ese elixir dominicano que se ha convertido estos meses en parte esencial de mi dieta, tanto o más que el arroz, las patatas o incluso el agua. La desgana inicial fue dando paso a una mecha que comenzó a encenderse en la terraza del piso. Al grito de ¡hoy voy a darlo todo! La noche empezó a tomar forma. No me podía hacer una idea de cuánto así sería…

De nada sirvieron las tácticas disuasorias de las chicas con los porteros para evitar pagar la entrada. Una vez dentro, la cosa tampoco pintaba demasiado bien. Por mucho que se tratase del fin de semana inaugural, no había demasiada gente en el recinto. De hecho, solo la parte más pequeña de la discoteca estaba abierta. A punto de caer en la decepción, la vi a lo lejos. No lo podía creer. Llevaba un vestido de rayas igualito a mi camiseta de sanjuán. Bailaba con sus amigas, ausente de todos los babosos que la miraban con deseo.

Me acerqué hacia donde estaba y me quedé embobado mirándola. Unos ojos azules increíbles brillaban en su cara, en la que se dibujaba una sonrisa perfecta y una imagen dulce pero traviesa. Sonaba el rabiosa de Shakira cuando mi amiga Catalina empezó a quejarse y a decirme que todos los chicos eran feos, feos, pero feos con F mayúscula. Yo ya no tenía demasiada capacidad de atención en ese momento y a la pregunta de… ¿y tú, has visto a alguna que te guste? solo levanté el brazo y, apuntando con el dedo hacia la chica del vestido de rayas, le respondí: ‘esa’.

Poco a poco la discoteca se fue llenando de gente. Habíamos perdido la cuenta de cuántas copas llevábamos y también la vergüenza para bailar y hacer el gilipollas. Yo que sé de qué me estaría riendo con un colega cuando por mi espalda oí gritar a Catalina diciendo:

¡Jorge! ¡Ven, ven! ¡Me ha dicho que quiere conocerte!

Sin entender nada, le puse una mueca rara y, en medio de la euforia, consiguió aclararme que se había encontrado con la chica del vestido de rayas en el baño y que le había dicho si podía presentarle a un amigo.

Por muchas tías con las que haya ligado descaradamente en bares y discotecas, no podía dar crédito al atrevimiento de mi amiga. Sin dejarme decir que no, me agarró del brazo y me llevó hasta donde estaba ella. Me presenté de la manera más torpe posible. Ella hizo lo mismo sin borrar la sonrisa de su cara. Buena señal, pensé. Hasta tres veces me tuvo que repetir su nombre: Antía. Jamás lo había escuchado. Ella también había bebido sus copas, pero pese a ello, la conversación no parecía fluir entre nosotros. Cuando la vi sacar la Blackberry y ponerse a mandar mensajes, le dije que no quería aburrirla y me fui de vuelta con mis amigos.

Al verme llegar, Catalina empezó a reñirme y salió escopetada a buscar a Antía. A la segunda intentona no fue mucho mejor. Me pidió el whatsapp. Buenísima señal, pensé. Pero ella seguía a lo suyo, sin mostrar demasiado interés en nada que no fuese la pantalla de su móvil. Puede que sea un caradura sinvergüenza, pero no un pesado baboso, así que de nuevo le pedí disculpas por si la había molestado y me volví a marchar.

Pero como no hay dos sin tres, Catalina no estaba dispuesta a darse por vencida en su tarea de celestina y nos volvió a reunir. Con toda la naturalidad del mundo nos dijo:

Esta es la última oportunidad que os doy. No me vayáis a fallar.

Poco tiempo después la acompañaba fuera de la discoteca. Apenas se cerró la puerta de mi coche me sonrió y me besó. Lo que sigue es parte del recuerdo de una de esas noches tan especiales, que difícilmente se borrarán de mi retina miope.

Cuando empezó a aclarar el cielo y el alcohol a apagar su efecto, nos despedimos con un medio beso en la mejilla. No hubo más explicaciones ni pretensiones…

Ya en casa, tirado en la cama, totalmente agotado y agradecidísimo a Catalina (sin la que nada de lo ocurrido hubiera tomado forma), un pitido me hizo mirar el móvil. Un mensaje en el whatsapp decía:

Me has encantado. Volveremos a vernos, ¿no?

Y, perdiéndome en el recuerdo de la inmensidad de esos ojos azules que habían sido míos hacía unos minutos, me quedé profunda y placenteramente dormido.

OFF…

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