miércoles, 8 de diciembre de 2010

AL-ANDALUS: GRANADA

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MPBlog: ‘Las calles de Granada’ – Rosa

Últimamente proliferan en la televisión una gama inmensa de programas de viajes. La Sexta inició esta moda con ‘Planeta finito’, seguida de Telecinco con ‘Dutifri’ y, posteriormente, ‘Callejeros viajeros’ en Cuatro, ‘Españoles por el mundo’ en la 1 (y todas las versiones autonómicas existentes) o ‘Arena Mix’ en Antena 3. Pero bueno, decir que este tipo de programas es novedoso es ser un tanto atrevido y si no, que se lo insinuaran a Jose Antonio Labordeta (recientemente fallecido hace unos meses) que se llevó todo ‘Un país en la mochila’…

Así es como, siguiendo esta tendencia, nace en Televiblog una sección que tiene como punto de partida un reto, una de esas promesas que se hacen cuando está a punto de acabarse el año y que se fijan para el que va a dar comienzo. Pues bien, quiero que quede recogido tal objetivo para los próximos doce meses… La tarea es relativamente sencilla y consiste, nada más y nada menos, en visitar las ocho provincias que componen Andalucía y así cubrir una crónica muy personal de viajes que recoja lo vivido y lo sentido en una tierra mezcla de culturas que es, a la vez, puerta del Mediterráneo y de Europa.

Y, hoy, iniciando el recorrido por Al-Andalus… nos vamos a GRANADA.

Atravesar un país nunca fue fácil. Pero quién diría en los tiempos que corren que hacen falta casi doce horas para llegar hasta Granada. Cuando la espera se hace tan grande, la recompensa de alcanzar la meta es aún mayor, así es que ni las horas intempestivas a las que me bajé del bus, ni la helada que se cernía sobre la ciudad, apagaron mis ilusiones al verme por fin allí…

Todos los viajes, en mayor o menor medida, tienen un sentido, una razón de ser que nos hacen ir hasta allí y no a otro lugar en un momento determinado. En Granada me esperaba EL REENCUENTRO con mayúsculas. Así fue como el cielo comenzó a clarear y la luz del sol a entrar a través de las ventanas, haciendo que dejáramos de necesitar el brasero que habíamos encendido bajo la mesa para mantenernos en calor.

Un cielo azul claro intenso tintado de nubes blancas algodonosas nos acompañó durante las primeras horas en la ciudad. La sensación reconfortante del sol de diciembre golpeando en la cara contrastaba con el frío que te recorría de punta a punta al pisar una zona de sombra. La curiosa visita a los bañuelos y al mercado navideño (foto incluida con dos romanos y un regaliz gigante), el monumento a Colón de la Gran Vía o los jardines del triunfo ocuparon nuestras primeras horas.

Y para repostar, nada mejor que un local tradicional en el que compartir un par de tubos de cerveza y un buen vermut casero, junto a tapas de migas, paella o pescaíto frito. Y como casi estamos en Navidad, no se nos olvidó comprar un décimo de lotería a uno de los vendedores ambulantes que se encuentran repartidos por toda la ciudad, igual que las gitanas que ofrecen ramas de romero a los visitantes.

El casco antiguo de Granada esconde numerosos rincones con encanto mientras recorres el zoco o el museo de la Capilla Real, siempre bajo la proyección de la inmensa catedral de estilo gótico-renacentista que se levanta imponente. A medida que se iba ocultando el sol, ascendimos por el barrio del albaicín, hasta llegar al mirador de San Nicolás, desde el que observar un atardecer mágico frente a nuestro primer contacto directo con la joya magna de Granada: la Alhambra. Las tonalidades naranjo-amarillentas del astro rey se funden con la grandeza de este monumento que injustamente se ha quedado sin la categoría de maravilla del mundo moderno bajo el amparo de una sierra cubierta por el manto blanco de la nieve.

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El ambiente nocturno empieza a sentirse en la ciudad, mientras recorremos la calle de las teterías para probar algunas de las decenas de especialidades de té que se pueden encontrar en los numerosos locales abarrotados hasta los topes. Es como transportarse en el tiempo y en el espacio a esa imagen preestablecida que tenemos del mundo árabe, donde los cojines, las mesas profusamente decoradas, los telares, las teteras y el humo de las cachimbas inundan una atmósfera misteriosa y enigmática.

Compartir una cena casera, amenizada por alguna que otra sorpresa y una partida de cartas con ron Almirante, sirve de base para que alguien invoque a Fry (el protagonista de Futurama) para hacerle recordar lo que es una buena fiesta del siglo XXI. Y es que no puedes dejar de salir por los innumerables bares de Granada, una de las ciudades universitarias por excelencia, al nivel de Salamanca o Santiago de Compostela, donde las rondas de chupitos corren a ritmo vertiginoso y los famosos porrones del bar Emilio se comparten entre risas y recuerdos. El alcohol y la noche se funden en las discotecas de la ciudad, repletas de gente, buena música y mejor ambiente. No es momento de irse a dormir, la noche en Granada es joven los siete días de la semana, los 365 días del año.

Cuando la locura llega a su fin, una proposición indecente en la Vogue y una caída desde ‘las alturas’ te hacen despertar pocas horas después en la cama, acompañado de tus amigos, que te recuerdan que tienes quince minutos para prepararte antes de volver a salir de casa. Y es que aunque la Alhambra lleva varios siglos sin moverse, custodiando Granada desde lo alto, la visita a la misma está increíblemente organizada y limitada por días y horas, así que si no quieres quedarte sin verla, compra las entradas con muuuucha antelación y no faltes a tu cita a la hora que te indiquen.

Etimológicamente, Alhambra significa ‘La Roja’ y son muchas las versiones que tratan de dar explicación a este nombre, desde que su fundador era pelirrojo hasta que la edificación se veía roja a lo lejos debido a las antorchas, ya que cuando fue construida se trabajaba de noche. De cualquier forma, la Alhambra engloba toda una serie de edificaciones, entre las que se encuentran la Alcazaba, los Palacios nazaríes (en el que destaca la conocida fuente y patio de los leones), el Palacio de Carlos V y los hermosos jardines del Generalife. Los menos de 15€ de la entrada están bien recompensados por la visita a este lugar único en el mundo.

Las cuatro o cinco horas de recorrido prácticamente ininterrumpido, unidas a las escasas cuatro o cinco horas de sueño, empiezan a hacer mella en el cansancio, pero no en los ánimos de seguir disfrutando de todo lo que Granada aún tenía que ofrecernos. La merienda en una pastelería típica de la ciudad es visita obligada para degustar los piononos, dulces exquisitos de bizcocho borracho. La emotiva despedida del Shawarma dio paso a una noche tranquila de conversación interesante, bocadillos gigantes y descanso reparador. Justo lo necesario para afrontar la tercera y última jornada.

Y como la capital, de algo más de 250 000 habitantes, se nos hacía pequeña, tomamos rumbo al parque natural de Sierra Nevada para sumergirnos en las Alpujarras, un conglomerado de pueblos en la ladera sur de Sierra Nevada, más allá de Lanjarón y sus ricas aguas medicinales. Sin llegar a Trevélez, el municipio español con ayuntamiento situado a mayor altura, nos quedamos en Pampaneira, una de las tres villas blancas en la garganta del río Poqueira. Probar caracoles con conejo o un plato típico alpujarreño permiten al visitante coger fuerzas para ascender por las callejuelas y escaleras imposibles de esta localidad, donde se pueden comprar alfombras hechas a mano, miel de la región o dulces como las perrunas o los pestiños. Sumergirse en el ambiente rural, dejar que el aire fresco te inunde los pulmones, disfrutar de los paisajes, saciarte con buena comida y beber de los caños de una fuente que promete hacerte encontrar el amor verdadero son ejemplos más que representativos de lo que se conoce como pequeños placeres de la vida.

Pero como no hay buen pastel sin guinda, aún quedaban unas horas para acabar de exprimir al máximo la estancia. Unas últimas cañas con tapitas de queso (comer pasó de ser una necesidad para convertirse en auténtica gula) seguidas de ¿10? rondas de chupitos entre los que no puedo dejar de recordar ese rojo homenaje a nuestro querido Amapola, el viscoso y delicioso cerebro, el blanco culé que tanto gustó a los catalanes o el transparente agua bendita que tiene la capacidad de limpiar por completo el aparato digestivo humano. Un nuevo e ‘inesperado’ reencuentro culminó una noche en la que el espíritu Erasmus se volvió a hacer presente una vez más, como si realmente nunca se hubiera ido, como si fuera a permanecer de por vida dentro de mí, como ese vínculo único y especial que se creó entre un grupo de personas para no desaparecer jamás.

Uno de los anfitriones dijo que al volver a vernos había tenido la sensación de que el tiempo no había pasado para nosotros. No tengo manera humana de mejorar esta frase y el sentimiento que conlleva.

Levantarme a la mañana siguiente no fue fácil, como tampoco lo fue subirme al autobús que me traería de vuelta gracias a un taxista veloz y a esa flor en el culo que parece haber vuelto a mi lado tras mucho tiempo marchita. Un adiós sin despedida fue la mejor manera de evitar un punto final indeseado, logrando así que se haya convertido en una coma insignificante que deja pendiente promesas por cumplir en la próxima y (espero) cercana visita a Granada, la ciudad Al-Andalus del reencuentro

Ya sólo quedan siete ciudades por conquistar…

OFF…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Escritor, creo que esta entrada define los sentimientos, momentos y deseos de todos los que estuvimos allí.
Por todas estas palabras, simplemente: GRACIAS