martes, 16 de marzo de 2010

DESINTOXICADO POR LUCIERNAGAS

MPBlog: 'Fireflies' - Owl City.

Silencio...
¿Ois ese zumbido?

Así es como suena una luciérnaga al quemarse.

Por fin. Era la última. Ya no quedan más.

Ha sido un duro trabajo, pero de los diez millones de luciérnagas sólo ha quedado un puñado de cenizas. Parece mentira. Hace tan sólo unas horas tan brillante y ahora la penumbra más absoluta. Quizás mejor así. Reconozco que las luciérnagas habían dejado de iluminarme hacía unos días. Ahora sólo me cegaban sus destellos y me impedían ver con claridad. Era necesario este sacrificio.

Fue todo tan casual... Me las encontré hace un par de meses. Quizás fuese el primer fin de semana del año. No lo recuerdo del todo bien. Llevaba días caminando aturdido y ya se había hecho noche cerrada. Me sentía totalmente descolocado y perdido y, cuando las fuerzas ya flaqueban, vi por primera vez ese halo de luz. Ahí estaban, hechas una maraña confusa y solitaria, diez millones de luciérnagas. Me parecieron algo maravilloso. Yacían sobre una roca, de espaldas a mí. Me acerqué a tocarlas pero ellas, asustadas, se replegaron. Volví a intentarlo y me sorprendió ver cómo se empezaron a acercar una tras otra. Casi sin darme cuenta, me vi rodeado por ellas, como envuelto en un manto de luz del que no quería salir. Me devolvieron la luz que había perdido y la noche se convirtió en día.

Desde entonces, no hubo noche que no fuera a visitarlas. Bailábamos juntos. Ellas y yo. Al mismo son tranquilo y desenfadado. Había sintonía. Empecé a hablarlas tímidamente. Me pareció extraño al principio. Quizás me estaba volviendo loco. Pero fue increíble. Ellas me entendían mucho mejor de lo que yo jamás habría imaginado. Yo les hablaba con palabras... ellas con símbolos y gestos. Todo aquéllo resultaba una locura. Pero era una locura hermosa. De ésas que merece la pena vivir. Aunque sepas que durará poco.

Y tan poco que duró. Fui a su encuentro una noche más y desde la lejanía las observé muy alborotadas. Había alguien con ellas. No podía ser. Ellas no bailaban con cualquiera. O eso me habían dicho. Me dio tanta rabia que me acerqué gritando y dando manotazos al aire. Quería apartarlas de quien quiera que fuese el intruso. Me creí dueño de diez millones de luciérnagas. ¡Iluso de mí! Ellas son libres y sin ataduras. Viven de aqui para allá revoloteando todo el día, dejándose llevar por impulsos. Así es como se sienten bien. No salen de su pantano, aunque se mueran de ganas por descubrir otros lugares. En su burbuja están seguras al fin y al cabo. Y con eso se conforman.

Cuando logré dispersarlas me eché las manos a la cabeza. Allí no había nadie como yo había pensao. Si las luciérnagas se encontraban nerviosas aquella noche era porque el tiempo amenazaba tormenta y no sabían dónde encontrar refugio. Pero mi impaciencia y mi inseguridad ya no tenían vuelta atrás. Yo, como tonto, me había ilusionado con diez millones de luciérnagas. Ellas, indecisas, sólo acudían a un ritual cada noche. Y, por mucho que yo les quisiera explicar ahora, no había en ellas racionalidad ni pasión humana. Como la primera noche cuando me acerqué a tocarlas, volvían a sentir miedo hacia mí. Ya no revoloteaban a mi alrededor con la misma gracia y naturalidad. Yo sólo quería conocerlas...

Comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia. Ellas, sin intenciones de luchar contra su fatal destino, se depositaron sobre la misma roca en la que las conocí. Empezaron a dejar de brillar como solían hacerlo y yo... yo no podía verlas agonizar así. No me lo pensé dos veces y, aun a sabiendas de lo que ocurriría,  me armé de valor y lo hice. Encendí una hoguera antes de que llegara la tormenta. La mayoría de las luciérnagas, atraídas por la llama, se fueron acercando lentamente. No podían resistirse al fulgor que despedía la hoguera. Tan pronto entraban en contacto con el fuego, saltaba una última chispa y se precipitaban al suelo calcinadas. Así una a una. Se han ido las luciérnagas... y con ellas la ilusión. Ha sido un espectáculo maravilloso. Triste pero maravilloso.

La oscuridad ha vuelto una vez más y los truenos retumban en el cielo al tiempo que la lluvia descarga sobre mi cabeza. Miro a los restos de la fogata y sólo me queda un último pensamiento. Sé que algún día, de esas cenizas volverán a surgir luciérnagas, de la misma forma a como renace el Ave Fénix. Diez millones de luciérnagas despertarán de su letargo y brillarán con tanta intensidad, que competirán con el sol por ver quién despide más luz.

Así que no importa si hoy me he tenido que despedir de mis luciérnagas, porque ellas me han hecho olvidar por qué llegué descolocado y perdido a este pantano. ¿Quién me iba a decir a mí que ellas tendrían el elixir  que habría de curarme? Ahora sólo recuerdo nuestras conversaciones imposibles, que me animan a seguir buscando la luz que ellas no pudieron mantener. Y sí, lo veo claro, cuando pase la tormenta,  estoy convencido de que vendrá la calma. Así es que no me cabe ninguna duda... realmente mereció la pena volar junto a ellas.

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